“Dale un pez a un hombre y comerá hoy. Enséñale a pescar y comerá el resto de su vida”.
Este proverbio chino es bien conocido en el mundo de la cooperación al desarrollo, y podemos decir que, hoy dia, ejemplifica el estado actual en el que se encuentra la Ayuda Internacional al Desarrollo.
Durante las últimas décadas, el debate sobre el significado de “¿qué es la ayuda al desarrollo?”, ha dado paso a varias posturas académicas y distintas definiciones. Sin embargo, la postura más clara y más consensuada, se encuentra dada por el Comité de Ayuda al Desarrollo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico o la comúnmente llamada por sus siglas OCDE. Este organismo precisa la definición de la ayuda al desarrollo como aquella transferencia financiera (donaciones o préstamos) o técnica (conocimientos). Siempre y cuando cumpla los parámetros mínimos que cuenten con los siguientes criterios:
◦ Es otorgado por los organismos oficiales (estatales, locales, universidades públicas y organismos ejecutivos) de los países donantes.
◦ Tiene el objetivo de promover el desarrollo y bienestar social y económico.
◦ Se concede a países y territorios contenidos en la lista de países socios del Comité de Ayuda al Desarrollo, o bien a organismos multilaterales de desarrollo (Naciones Unidas, etc.).
◦ Es de carácter concesional. Esto significa que la ayuda se otorga como donación o bien que, en el caso de otorgarse como préstamo (ayuda reembolsable), éste se concede a un tipo de interés por debajo del mercado y con un elemento de donación de al menos el 25%.
Generalmente, cuando señalamos los primeros indicios sobre la aplicación de la Ayuda al Desarrollo, solemos dirigirnos al conocido Plan Marshall, denominado oficialmente el European Recovery Program. Un programa mediante el que los Estados Unidos de América financió con 161 mil millones de dólares –con el valor actual del dólar– la reconstrucción y recuperación de Europa tras el final de la II Guerra Mundial.

Este suceso, se dio a causa de que el viejo continente europeo se encontraba en un escenario totalmente devastado por las guerras en su territorio y todo lo que conlleva con ello: el hambre, las enfermedades, la división social, economías arruinadas, etc. De tal forma que, gracias a una parte de la ayuda recibida, la Europa destruida, volvió a convertirse en un polo de riqueza y prosperidad en las décadas siguientes.
Desde entonces, y por su propia experiencia dada con este paquete de ayudas, Occidente ha querido replicar en aquellos países en vías de desarrollo, especialmente, en el continente africano, las mismas políticas de la Ayuda Internacional al Desarrollo que experimentaron éstos mismos hace 70 años. Pero tal vez, ¿lo que ha funcionado para unos no tiene por qué funcionar para otros, verdad?
Un África con más ayudas es un África más pobre
Pero como bien mencionábamos anteriormente, el Plan Marshall estuvo dotado con 161 mil millones de dólares para el desarrollo de Europa. En cambio, desde los años 60, se han destinado, solamente para África, unos 1.371 billones de dólares –con el valor actual del dólar– para intentar que este continente escapara de la pobreza y, sin embargo, observamos que los avances han sido modestos en proporción con todo el capital que se ha invertido en el continente. Y la pregunta que debemos hacernos es la siguiente, ¿Es la Ayuda al Desarrollo beneficiosa o contraproducente para aquellos países receptores?
A finales de la década de los 90, empieza a surgir un debate académico que toma cada vez más notoriedad en torno a la cuestión de si la Ayuda al Desarrollo ha sido beneficiosa o contraproducente. El propio William Easterly, un reconocido economista del Banco Mundial en la División de Macroeconomía y Crecimiento, menciona en su libro Can Foreign Aid Buy Growth, de cómo la Ayuda al Desarrollo destinada hacia aquellos países en vías de desarrollo no ha logrado producir un crecimiento sustentable para éstos mismos.
Por ejemplo, tras varios años de estudios e investigaciones, W. Easterly realizó un gráfico estadístico que expone una siguiente situación que presenta a ser trágica y desesperanzadora, tanto para los donantes como para sus receptores.

En este mismo gráfico observamos que, mientras las Ayudas Internacionales al Desarrollo aumentaban en África, el PIB per cápita del crecimiento en todo el continente descendió de manera negativa varios puntos porcentuales. Como se puede observar, en 1970 la ayuda internacional como porcentaje del PIB se situaba en un 5,3% y fue progresivamente creciendo hasta alcanzar un 16% en 1999; mientras que, en el caso contrario, el crecimiento económico per cápita pasó del 16,20% en 1970 hasta decaer a un 0,10% en 1999. Esta correlación significa que, mientras las ayudas en África fueron en aumento durante 30 años seguidos, el poder adquisitivo de los africanos decayó 16 puntos porcentuales.
Básicamente, lo que se entiende con este gráfico, es que no es una cuestión de cantidad ni tampoco de usar la misma metodología para las ayudas. Ya que, como las personas, cada uno tiene sus propios problemas y cada uno las soluciona de distinta manera.

Por tanto, tras realizar este estudio y demostrar la dramática situación, W. Easterly comenzó a manifestar una serie de opiniones en distintos foros internacionales que, culpabilizan la metodología de los donantes y la funesta gestión de la ayuda al desarrollo hasta la fecha actual.
«El problema con todos esos programas de desarrollo que promueven Europa y Estados Unidos en el tercer mundo, es que ellos no parecen capaces de entender el mundo fuera de su realidad. Quieren forzarse a creer que las mismas cosas que funcionan para ellos tienen que funcionar para el resto. Les es muy difícil poner los pies en la tierra y entender la realidad de África u otros”. (William R. Easterly, 2006)
Disidencias en la Ayuda al Desarrollo para África
Por otro lado, y con una tésis similar a la de W. Easterly, el economista español Xavier Sala i Martín reconoce en su libro Economía en Colores que, el mecanismo de la ayuda al desarrollo actual no funciona debido a que los donantes deciden en “cómo” y en “qué” se debe gastar la ayuda al desarrollo. Esto quiere decir que, si el dinero de los donantes ha sido mal gestionado hacia los beneficiaros, no hay mecanismos consolidados para la rendición de cuentas y las poblaciones receptoras de la ayuda no tienen vías que les capaciten —más allá de sus políticos y burócratas locales— para solicitar la ayuda pertinente con base a sus necesidades.
Tal y como afirma X. Sala i Martín, algunos dirigentes de Occidente simplemente ejecutan las transferencias financieras en aquellas materias que creen que pueden ser útiles en aquellos países en vías de desarrollo, sin tener ningún tipo de proceso de escucha o evaluación de las peticiones de los habitantes de aquellos países receptores de las ayudas.
A su vez, Yash Tandon un activista político de Uganda y economista instruido en la London School of Economics, presentó en 2008 su libro Ending Aid Dependency, con el principal objetivo de iniciar un debate sobre cómo se debería de trazar una nueva estrategia capaz de poner fin a la dependencia que genera la ayuda al desarrollo.
“Una estrategia de salida a la dependencia de la ayuda requiere un cambio radical en la mentalidad y en la estrategia de desarrollo de los países dependientes de la ayuda, y una intervención más directa y profunda de los pueblos en su propio desarrollo. También requiere una reestructuración radical y fundamental de la arquitectura de la ayuda institucional a nivel global». (Yash Tandon, 2008).
Por otro lado, nos encontramos con la Doctora Dambisa Moyo, una economista zambiana formada en Oxford y Harvard y consultora del Banco Mundial. En el año 2009, publicó su libro Dead Aid, un polémico libro que no dejó a nadie indiferente explicando cómo la metodología internacional en torno a las ayudas al desarrollo han fomentado al empobrecimiento del continente.
“La ayuda ha contribuido a que los pobres sean más pobres y a que el crecimiento sea más lento […] La idea de que la ayuda puede aliviar la pobreza sistémica y de que lo ha hecho es un mito. Millones de africanos hoy son más pobres por culpa de la ayuda; la miseria y la pobreza no sólo no han sido erradicadas, sino que han aumentado. La ayuda ha sido y, continúa siendo, un desastre económico, político y humanitario sin precedentes para la mayor parte del mundo en desarrollo.” (Dambisa Moyo, 2009).

Por ende, la economista zambiana da a reconocer que una parte sustancial de la ayuda al desarrollo consiste en prestar dinero y consejo a los gobiernos de países pobres a cambio de que adopten fórmulas políticas polémicas que a menudo se encuentran “blindadas” por sus propias Cartas Magnas o legislaciones y que, inclusive diezman las distintas soberanías populares. A lo que finalmente se podría considerar una manipulación de las iniciativas propias y de una diplomacia coercitiva, con una clara intromisión en los procesos de decisión tomados de manera democrática por los propios ciudadanos.
Un futuro incierto para las ayudas
Por tanto, una lección que hemos aprendido tras varias décadas es que, a pesar de los enormes esfuerzos interesados y las ingestas inversiones de capital que se han donado, la orientación de cómo se han aplicado estas ayudas no ha tenido los resultados esperados.
La dependencia que hemos creado en aquellos países en vías de desarrollo, bajo nuestro paraguas de ayudas internacionales, únicamente ha causado una situación de desamparo que incapacita a sus sociedades a salir del agujero de la pobreza.
De todas formas, la Ayuda Internacional al Desarrollo no tiene por qué catalogarse en un énfasis negativo. Ya que es cierto que, existen millares de organizaciones con fines sin ánimo de lucro y buenas intenciones para ayudar al prójimo. Pero, las buenas intenciones no son suficientes si no van acompañados de resultados.
Por ello, algunas de las soluciones pasan por permitir que los propios países afectados puedan realizar una estrategia propia de salida a la dependencia de los donantes de occidente. Y en cualquier caso, por parte de aquellos países donantes, habría que impulsar y fomentar que haya por parte de los donantes una mezcla entre comercio, inversiones extranjeras directas, mercados capitales, bonos del mercado, remesas, etc. Ya que si no se impulsa el emprendimiento y la creación de empleos en el continente, el futuro que les espera a las siguientes generaciones africanas puede ser el escenario de una bomba de relojería social en todo el continente.

No cabe duda, que existen otras alternativas y fórmulas mucho más favorables para ayudar en el exterior que las practicadas hasta ahora. Por tanto, el reto que tiene por delante Occidente es de entender y proponer un nuevo enfoque sobre las ayudas transferidas a países necesitados, mientras que las instituciones globales hagan el esfuerzo de escuchar y evaluar los problemas reales de las poblaciones necesitadas, de tal forma que se encuentre alguna alternativa para darle un propósito más acertado a la Ayuda al Desarrollo.
