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Ucrania: derrota total o victoria parcial para Putin

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Dos semanas han pasado desde que Rusia decidiera invadir Ucrania y las cosas no pintan bien en Moscú.

La acción, llevada a cabo con nocturnidad y alevosía, ya ha costado al menos 4.000 vidas, mil de las cuales son de soldados rusos. En los últimos días las tropas de Moscú han tomado el control de la central nuclear de Zaporizhzhyia (la mayor de Europa) y la ciudad de Kherson, y estrechan su cerco sobre Mariupol. Mientras, al noroeste de Kiev, un convoy de carros de combate y blindados de más de 60km de longitud toma posiciones en torno a la autopista E373 en su avance hacia la capital.

El mundo ha respondido con una campaña de sanciones que, pese a su lentitud inicial, va a ser devastadora. Ahora, con el rublo en caída libre y la suspensión de los vuelos, la comunidad internacional se prepara para desconectar a Rusia del resto del planeta.

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Columna de tanques rusos destruida al noroeste de Kiev | LBC

las cosas no han salido como se esperaba

Los vídeos de prisioneros interrogados que han trascendido hasta ahora constatan que un buen número de tropas han sido enviadas al frente sin ser informadas de la naturaleza de su misión. A algunos soldados se les dijo que iban a hacer simples maniobras. Otros creyeron que se limitarían a asegurar los enclaves de Lugansk y Donetsk sin penetrar en el interior de Ucrania. Han sido, igualmente, enviados con un equipo insuficiente para acometer la campaña que afrontaban ante el convencimiento de que esta iba a ser fugaz.

Por si fuera poco, Rusia ha estado acumulando tropas en la frontera común y en la que Ucrania comparte con Bielorrusia durante semanas. Lo ha hecho de manera abierta, a la vista de todo el mundo, permitiendo a los defensores trazar planes para repeler una hipotética invasión. Por ello, cuando las tropas de élite que sí estaban informadas de su objetivo han entrado en combate se han topado con una resistencia atroz. El primer día de campaña una unidad aerotransportada asaltó ya el aeródromo de Antonov, en las afueras de la propia Kiev, y fue repelida tras horas de lucha intensa.

La moral entre los atacantes parece ser baja. Un amplio número de rusos tienen parientes ucranianos o residentes en Ucrania. Aquellos que creían acudir a ‘liberar’ y ‘desnazificar’ el país se han encontrado con que no son bienvenidos. Pese a todo, su poderío militar es muy superior al ucraniano y, de mantenerse la escalada, podría revertir el curso de los acontecimientos en cuestión de días o semanas. De hecho, su aviación apenas ha intervenido en el conflicto salvo por los tres primeros días y, de nuevo, desde finales de la pasada semana.

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BTR-80 ruso en Amiansk, Crimea | EFE

Hasta ahora, las tropas rusas han optado dar rodeos a las ciudades y avanzar tratando de evitar adentrarse en ellas. Ello ‘minimizó’ el número de bajas civiles en los primeros días, pero al precio de extender sus tropas a lo largo de frentes que ha resultado imposible aprovisionar de manera adecuada (algo a lo que también ha contribuido la obsesión por tomar Kiev inmediatamente). Los soldados rusos no controlan apenas territorio, y están desperdigados por las carreteras del norte y el este del país. Peor aún, muchos de las poblaciones que han logrado capturar han vuelto a caer en manos de las fuerzas ucranianas al ser abandonados en la continuación del avance.

Ante esta situación, y a medida que el grueso de sus fuerzas se acerca más a Kiev, es de esperar que el bombardeo esporádico de zonas residenciales que hemos comenzado a presenciar estos últimos días. vaya en aumento. La finalidad será asegurar un éxodo de no combatientes de los núcleos urbanos enfocado en dos objetivos: despejar las ciudades a asaltar de civiles y saturar las vías que los defensores pudieran utilizar para abastecerse o replegarse.

¿qué significa ucrania para Rusia?

Las llanuras ucranianas son la cuna de la nación rusa.

Los primeros ducados eslavos (conocidos con el nombre de ‘rus’) surgieron aquí, fruto de la mezcla entre los pobladores locales y las tribus nórdicas que marchaban hacia el sur en la época de las grandes migraciones (400dC-950dC). En el año 882 la mayoría de ellos cerraron filas en torno a un único líder, Oleg I, que estableció la capital del ‘rus’ unificado en Kiev, inaugurando la dinastía de los Ruríkidas.

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Mapa de la Rus de Kiev | U24

Durante los tres siglos siguientes, el Rus de Kiev se expandió por toda Europa Oriental y parte de Finlandia, difundiendo la cultura ‘rusa’. Sin embargo, tras ser conquistado por los mongoles de la ‘Horda Dorada’ de Batu Khan (nieto de Genghis), en el s.XIII, la mayoría de príncipes kievitas huyeron a tierras del norte, donde fundaron nuevas ciudades. Todos y cada uno de ellos se consideraban herederos de Kiev, pero para el s.XVI los príncipes de Moscú (aún de la familia Ruríkida) eran los mejor posicionados para recuperar el terreno perdido. Proclamándose ‘reyes de todos los ruses’ iniciaron una campaña de reconquista y expansión.

Para entonces el Imperio Mongol se había desmoronado hacía tiempo, y los moscovitas (o rusos) entraron en guerra con Polonia-Lituania, en cuyas manos habían caído tanto Bielorrusia como Ucrania. En 1648 el gobernador de ésta última, un noble local llamado Bohdan Khmelnytsky, se sublevó contra Polonia y declaró la independencia, aliándose con el zar Alexei I de Rusia. No viéndose capaz de asegurar la integridad de su territorio tras su muerte, Khmelnytsky aceptó integrarse en el Imperio Ruso en 1654 (Tratado de Pereyaslav).

Ambas naciones convivirían bajo el mismo techo hasta 1991.

errores históricos, complicaciones geográficas

Con el establecimiento de la Unión Soviética, la relación entre los ucranianos y Moscú se deterioró rápidamente. Monárquico y religioso hasta la médula, el campo ucraniano fue el principal centro de oposición al movimiento bolchevique. En consecuencia, los gobiernos de Lenin y Stalin fueron implacables. A la brutal campaña de represión que siguió a la victoria comunista se sumó la nacionalización de los cultivos y los medios de producción. Las granjas ucranianas fueron expropiadas y colectivizadas, y numerosos ciudadanos deportados a diversas zonas del nuevo estado. El resultado de tan nefasta planificación fue el ‘Holodomor’, una hambruna de proporciones bíblicas que acabó con la vida de cuatro millones de personas entre 1932 y 1933.

Ciertamente, la responsabilidad de tamaño desastre fue soviética y no rusa per se (el propio Stalin, de hecho, era georgiano). Sin embargo, el que la mayoría de zonas que quedaron yermas tras las hambrunas y deportaciones fueran repobladas con rusos étnicos tuvo un impacto notable en la psique local. De manera gradual, la idea de que el ucraniano era un ente prescindible para los burócratas del Kremlin adquirió forma (la URSS continuó exportando grano durante la hambruna). Esto ha tenido una influencia crucial en la construcción del sentimiento nacional del país, revigorizado en los últimos años a medida que los movimientos europeístas veían sus ambiciones coartadas por la influencia de Moscú.

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Un seguidor del Partido Comunista ruso participa en la conmemoración del cumpleaños del líder soviético Josef Stalin, celebrada en la Plaza Roja de Moscú | EFE

Tras la muerte de Stalin (1953), el nuevo gobierno soviético, encabezado por Nikita Khrushchev (un ruso étnico criado en Ucrania) quiso calmar las aguas. Como gesto de buena voluntad les cedió a los ucranianos los territorios rusos de Crimea y la costa occidental del mar Negro, destinando un presupuesto generoso para la industrialización del territorio. Siendo ambas naciones parte de un mismo estado, jamás se pensó en el problema que tal gesto pudiera acarrear de cara a un futuro que no se contemplaba.

Para cuando Ucrania alcanzó su independencia, los rusos étnicos representaban el 22% de la ciudadanía.

¿podría haber un objetivo más factible?

En el orden establecido tras la implosión de la URSS, Putin ve un panorama reminiscente al de la caída del Rus de Kiev y al Gran Juego del s.XIX. De nuevo existen tres grandes principados: la Gran Rusia (encarnada en la Federación Rusa), la Pequeña Rusia (Ucrania) y la Rusia Blanca (Bielorrusia).

Moscú considera imperativo controlar quién gobierna cada una de ellas para garantizar su seguridad y su salida al exterior. La amenaza esta vez no son las hordas mongolas ni los húsares polacos, sino los dogmas y alianzas occidentales, encarnados en la UE y, más concretamente, en la OTAN. Desde comienzos del presente siglo ambas se han expandido de manera continua hacia el este.

En Bielorrusia, la continuidad de Lukashenko ha permitido blindar parte de la frontera occidental. Sin embargo, Ucrania presentó desde el principio una serie desafíos potencialmente peligrosos. El establecimiento de un sistema democrático en el país obligó al Kremlin a trabajar para procurar la permanencia en el poder de gobiernos leales, algo que se ha vuelto imposible con el auge de los partidos y movimientos europeístas.

El resto de la historia ya lo conocemos. A medida que Ucrania basculaba más hacia Occidente, Rusia se anexionó la península de Crimea (base de su flota del mar Negro y poblada por un 65% de rusos) y, mediante la creación de movimientos separatistas, expulsó a las tropas ucranianas de la mitad oriental del Donbás (40% de rusos). No obstante, el resultado de esta última acción ha supuesto el estallido de un conflicto que, en los últimos ocho años, ha causado más de 13.000 muertos. Con el divorcio entre Kiev y Moscú, el nacionalismo ucraniano ha cerrado filas y concluido que su futuro está en Europa. Rusia certifica con ello la muerte de su influencia sobre el más importante de sus satélites.

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Resultado de las elecciones presidenciales 2010 en Ucrania, segunda vuelta | WIIW
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Resultado de las elecciones presidenciales 2019 en Ucrania, segunda vuelta | WIIW

¿Pero qué pretende Putin realmente? Si la idea inicial era tomar el control total de Ucrania la guerra podría estar ya perdida. Incluso aunque tal objetivo fuera alcanzado, sería a un coste inasumible y acabaría abocando a Moscú a librar una guerra de ocupación enquistada en el tiempo que no puede permitirse. El desgaste moral, económico y diplomático para Rusia sería difícil de calcular.

Sin embargo, llegados a este punto, es evidente que Putin no puede dar marcha atrás, y máxime cuando sus tropas parecen estar siendo poco menos que humilladas sobre el terreno. Hacerlo transmitiría una imagen de debilidad irreparable al exterior, y minaría su liderazgo en casa.

Ante esta situación, un objetivo más factible para los intereses del Kremlin podría ser lograr la recuperación de los ‘territorios históricamente rusos’. Es decir, lograr la conexión de Crimea con Transnistria, ocupando todo el litoral ucraniano, y anexionarlo a Rusia de manera similar a lo sucedido en Crimea en 2014. Ello le permitiría mantener su imagen de salvador de la patria y le causaría a su adversario una pérdida estratégica irreparable. Ucrania perdería su salida al mar.

Independientemente del desenlace, todo parece indicar que Kiev tendrá que acabar renunciando a la idea recuperar Crimea y la mayor parte del Donbás en el futuro.

¿qué debemos esperar ahora?

En un principio, el objetivo declarado por el Kremlin era lograr asegurar el Donbás. No obstante, la acción desencadenada ha sido mucho más ambiciosa. Putin ha cometido el error fatal de intentar tomar Ucrania en su totalidad e instalar en Kiev un gobierno títere. Pero para lograr dicha empresa, era imprescindible (y esperado) conseguir la sumisión del país en un máximo de tres días.

Ha quedado claro que todos sus planteamientos y predicciones estaban errados. Tanto las fuerzas armadas ucranianas como las autoridades civiles y población están presentando una resistencia estoica en todos los frentes. Moscú no ha conseguido ocupar ningún objetivo de valor tangible y el alcance de sus metas se antoja lejano.

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Vladimir Putin ordenó invadir Ucrania el pasado 24 de febrero | REUTERS

Ahora Putin tendrá que ver cómo salir del cenagal en el que se ha metido él solo. La elección es brutal: o admitir su derrota y marcharse, o expandir las acciones bélicas para lograr una victoria ahogada en sangre. Ninguna de las dos ofrece un resultado alentador.  

En el primero de los escenarios, Rusia transmitiría una imagen de ridículo y debilidad no vistos desde la derrota en Chechenia, en 1996. El segundo, por el contrario, supondría ganar una batalla para, igualmente, perder ‘su guerra’. Rusia quedaría convertida en un estado paria, la economía del país se retrotraería a niveles de hace treinta años y heredaría una Ucrania en ruinas. Salvar la cara sobre el campo de batalla tendría, en definitiva, el precio de dos países. La principal diferencia es que, en el caso de optar por el primero, tan sólo la élite política pagaría el coste inmediato. Por el contrario, el conjunto de las sociedades rusa y ucraniana padecerían las consecuencias de elegir el segundo (y, probablemente, durante décadas).

Sea como fuere, la dirección tomada el pasado 24 de febrero supone dinamitar todos y cada uno de los logros que la administración Putin-Medvedev ha cosechado en los últimos veintitrés años. Así las cosas, todo parece indicar que el presidente ruso no acabará luchando por la victoria en Ucrania, sino por su propia supervivencia política.

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