La guerra de Ucrania ha causado ya el éxodo de refugiados más rápido de la historia y, con cuatro millones de personas huidas del país, se ha convertido también en el mayor éxodo de refugiados desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Y desde el primer día se han ido sucediendo gestos e imágenes de absoluto apoyo y solidaridad, no solo a nivel de la ciudadanía, sino también a nivel institucional. Esto es lo que siempre tuvo que ser; sin embargo, no siempre fue así, lo que ha provocado que surjan preguntas incómodas sobre cuál es exactamente nuestro régimen de refugio.
El derecho al refugio se garantiza legalmente en 1951 tras la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados en Ginebra. Desde ese momento, es un derecho universal -como lo son todos los derechos humanos-, por lo que los firmantes nunca deberían poder elegir a quién brindarle ese derecho y a quién no, y nunca podrían hacer un uso arbitrario de un derecho universal. Sin embargo, el derecho al refugio no siempre se ha brindado de la misma forma a todos aquellos que huían del horror y tenían el derecho a ampararse en la protección internacional que otorga este derecho.

Desde que empezó el conflicto en Ucrania hemos sido testigos de cómo la Unión Europea abría sus fronteras territoriales y legales para allanar el camino y eliminar cualquier obstáculo a la llegada de refugiados ucranianos. Por otro lado, es la primera vez desde su creación, después de la crisis de refugiados de Kosovo en 2001, que se aplica la Directiva de Protección Temporal por parte de la Unión Europea. Esta Protección Temporal concede a los ciudadanos ucranianos el derecho de residencia en la Unión Europea y el acceso a empleo, vivienda, educación y asistencia social y médica. Además, los Estados Miembro de la UE han acordado mantener la política de puertas abiertas para los ucranianos y reconocerles el derecho a quedarse en la Unión Europea hasta tres años. Como ocurre con la extraordinaria acogida ciudadana, que se haya otorgado esta protección es una muy buena señal, pero esta debería haberse otorgado mucho antes, como por ejemplo a aquellos que huían del horror en Siria o Afganistán.

No podemos negar que ha existido una disparidad absoluta entre la cálida acogida que están recibiendo los refugiados ucranianos y la recepción -en muchas ocasiones- hostil de otros refugiados. Y se hace cada vez más urgente señalar las disparidades en el trato que sufren los refugiados por parte de las autoridades cuando llegan. Los refugiados que huían del absoluto horror de Siria o aquellos que lo hacían de Afganistán no recibieron la misma humanidad. Su entrada a Europa, sobre todo en países como Hungría, estuvo marcada por las incitaciones xenófobas de Orbán, y la violencia de la policía fronteriza. De hecho, organizaciones internacionales como Amnistía Internacional denunciaron las violaciones sistemáticas de Derechos Humanos de las que eran víctimas los refugiados sirios por parte de las autoridades húngaras en la frontera entre Serbia y Hungría. Entre las violaciones de derechos humanos existían devoluciones en caliente y persecuciones con perros -que podían acabar con duras agresiones físicas- a los refugiados. Todavía recordamos la reportera húngara que fue filmada agrediendo a refugiados que entraban en su país. El propio Orbán llegó a decir que los refugiados eran un “veneno” para Europa.
Organismos internacionales como Human Rights Watch han puesto también de manifiesto esta disparidad. En un reciente informe del organismo, se ha comparado cómo Dinamarca ha tratado a los refugiados sirios y cómo lo está haciendo con los refugiados ucranianos. Dinamarca ha sido uno de los países europeos que más ha promulgado leyes y políticas con el único objetivo de disuadir a los solicitantes de asilo. Por ejemplo, promovió una ley que permitía al gobierno embargar los bienes de los solicitantes de asilo -incluidas sus joyas- para financiar la estancia en el país. Por otro lado, ha sido el primer país europeo que ha empezado a retirar el permiso de residencia a refugiados sirios al considerar que las zonas controladas por el régimen sirio ya se pueden considerar “lugares seguros”. Es importante destacar que esta decisión ha sido criticada por la Unión Europea y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. Evidentemente, estas medidas no serán aplicadas con los refugiados ucranianos. De hecho, el primer ministro danés Mette Frederiksen anunció que el objetivo de Dinamarca era recibir “cero solicitantes de asilo”. Sin embargo, la mayoría del Parlamento danés aprobó el 17 de marzo una ley especial que permitirá a los refugiados ucranianos obtener un permiso de residencia en el país que les posibilita acceder rápidamente a la escuela, al mercado laboral y a la asistencia social.

Incluso España ha activado un sistema para que los ciudadanos ucranianos puedan tramitar sus permisos de residencia y trabajo en tan solo 24 horas. Una vez más, pese a que es una grandísima noticia que se pueda agilizar de tal manera la tramitación de solicitudes de asilo, también hemos sido conscientes de crisis migratorias en nuestro territorio como la de Canarias y Ceuta, que también hubieran requerido la misma diligencia.
Es evidente que ha existido una contradicción en el trato hacia los refugiados. Lo cierto es que, más allá de intentar entender qué produce este sesgo -si son razones geopolíticas, intereses económicos, si la ciudadanía empatiza más con el pueblo ucraniano que con el sirio porque los ven más como nosotros- lo verdaderamente importante es exigir que sea el precedente de cómo se debe empezar a aplicar el régimen de refugio. Si el derecho al refugio es un derecho universal, jamás deberíamos aceptar que se aplique a unos sí y a otros no. Crisis de refugiados como la de Siria pusieron en jaque a los cimientos de la Unión Europea, provocando una grave crisis de valores. Europa siempre ha sido vista como la región del mundo que más fervientemente defiende los derechos humanos y universales; por lo tanto, no deberíamos volver a aceptar jamás un régimen de refugio geográficamente o racialmente selectivo. Es posible diseñar un sistema humano y justo que tenga en cuenta las realidades políticas y humanas de aquellos que huyen del horror. Los ucranianos se lo merecen y lo necesitan, urgentemente. Los Otros, también. Y también lo necesita Europa. Como afirma George Steiner, Europa no será en el futuro una superpotencia militar, ni una superpotencia económica, pero sí puede ser una potencia moral. Eso es lo que está en juego.