Tras su nombramiento como candidato del PLD de cara a las próximas generales, Fumio Kishida será, salvo sorpresa mayúscula, el próximo primer ministro nipón. La primacía de los conservadores en la política del país del sol naciente a lo largo de las últimas siete décadas, unida a la reciente implosión de la oposición, poco menos que aseguran el ascenso de un político de escasa popularidad que en última instancia logró aunar el apoyo de las figuras más veteranas de su partido.
En la carrera supera al favorito de los electores, Tarō Kōno; a la protegida del expremier Abe, Sanae Takaichi; y a una fugaz sorpresa de última hora, Seiko Noda. La oposición no parece capaz de presentar batalla. Su principal líder, Yukio Edano, no supera el 10% de intención de voto en ninguna de las encuestas a falta de escasas semanas para las generales. Todo parece augurar que el Japón de Kishida comenzará a cobrar forma para finales de año. Pero ¿qué debemos esperar de este nuevo líder tras casi una década de administración Abe?

¿CÓMO SERÁ EL JAPÓN DE KISHIDA?
Pese a su carácter conciliador y a su reputación de ‘líder blando’, el auge del nuevo líder del PLD parece vaticinar escasos cambios en la deriva geoestratégica de Japón. Es cierto que Kishida ha sido siempre firme a la hora de mostrarse contrario a la reforma constitucional defendida por Abe (especialmente en lo concerniente a la derogación del Artículo 9), a la expansión de las competencias defensivas del país o a la adquisición de submarinos nucleares.
También ha sido un firme opositor a la incorporación de los equipos de proyección ofensiva anhelados por Kōno, abogando en su lugar por la mejora de los escudos de misiles defensivos a pesar de su elevado coste. No obstante, ante el actual devenir geopolítico del Extremo Oriente, revertir la dinámica asertiva emprendida por Abe se antoja ya una tarea imposible, aún en el caso de que ese pudiera ser el verdadero deseo del nuevo líder.
Por su parte, Pekín se felicitaba en un principio por el nombramiento, cuyo ascenso garantizaba, en palabras de su ministerio de Exteriores una “continuidad en el diálogo”. Kishida siempre abogó por rebajar las tensiones con China y convertir al coloso asiático en un socio primordial en el plano comercial. Sin embargo, tal optimismo pronto dio paso a la preocupación cuando manifestó su compromiso por impulsar la Alianza Quad (junto a EE.UU, Australia y la India) y la elaboración de un comunicado de condena al supuesto trato que Pekín da a la minoría uigur y a los activistas democráticos de Hong Kong.

A nivel doméstico, su campaña se centró en la “reinvención del sistema capitalista nipón” con la finalidad de reducir la disparidad salarial y ayudar a los jóvenes a formar familias. Su agenda exterior, salvo sobresaltos, seguirá la línea marcada hasta ahora, quedando centrada en la promoción del Free Open Indo-Pacific (FOIP) y la colaboración en materia de seguridad con Washington. Sin embargo, la carrera armamentística en la que el país venía viéndose inmerso podría verse ralentizada. El peso que esto último pueda tener de cara a la relación de Tokio con sus principales aliados (y, en especial, con los EE.UU) está aún por determinar.
Las facciones cierran filas
En la votación inicial Kishida y Kōno quedaron virtualmente empatados con 256 y 255 votos, respectivamente, superando a Takaichi (114) y a Noda (63). En la votación final, Kishida obtuvo 257 votos frente a los 170 de Kōno en un resultado sorprendente que parece mandar un mensaje claro. Kishida no era el candidato ideal, pero su veteranía y su habilidad diplomática aseguran una cierta estabilidad frente al acelerón asertivo y a las políticas revolucionaras defendidas por Kōno.
Como líder de la facción Kōchikai, una de las más moderadas dentro del PLD, el partido espera transmitir una sensación de confianza basada en una imagen de estabilidad y mesura. No obstante, las rivalidades entre facciones han quedado al descubierto. Kishida partía con un escaso respaldo inicial, pero su compromiso por mantener a la mayoría de pesos pesados del partido en sus puestos (frente a la renovación defendida por Kōno) logró granjearle los apoyos necesarios. Por su parte, Kōno se presentaba como el principal adalid del rearme progresivo y, como favorable a la aprobación de políticas sociales ampliamente progresistas, como la legalización del matrimonio homosexual o el cambio en la tradición nipona de que la esposa adopte el apellido de su marido al casarse (al igual que Noda).
En ese sentido el nombramiento de un líder moderado, poco menos que impensable hace unos meses, se ha materializado como un claro toque de atención. Todo parece indicar que la vieja guardia ha preferido apostar por una figura con más años de experiencia a sus espaldas y que, al mismo tiempo, se antoja más maleable. Este panorama abre dos escenarios posibles: que el nuevo premier se convierta en un líder fuerte moldeado por el actual panorama geopolítico y el apoyo de los pesos pesados del partido; o que, por el contrario, sea una nueva ‘flor de un día’, como la gran mayoría de primeros ministros en el cargo entre la administración Koizumi (2001-2006) y la segunda administración Abe (2012-2020).

¿Realmente no hay esperanza para la oposición?
Desde 1955, la oposición tan sólo ha logrado alzarse con la victoria en dos ocasiones y en ninguna de ellas fue capaz de formar gobiernos sólidos. En 1993, el entonces premier, Kiichi Miyazawa, se vio obligado a dimitir tras una moción de censura presentada a razón de una serie de escándalos de corrupción que implicaban a varios altos cargos del PLD. A lo largo de los tres años siguientes, el Partido Nuevo, el Partido de la Renovación y el Partido Socialista se rotaron en un interesante baile de sillas que vio pasar a tres primeros ministros distintos.
Una década después, en 2009, la creciente deriva militarista del PLD, unida a la escasa popularidad de su entonces líder (Tarō Asō), aupó a la victoria al Partido Democrático, erigido desde los comicios de 1996 como el principal bloque opositor. Su aplastante victoria (triplicó en escaños al PLD) no se tradujo en éxitos. Las luchas intestinas entre sus facciones y su escaso apoyo en el senado minaron el sustento de sus líderes, dando nuevamente lugar al ascenso y caída de otros tres primeros ministros en tres años de funesta administración.
De hecho, los japoneses se refieren a este período como ‘el trienio perdido’, ya que la ausencia de un liderazgo sólido dificultó la aprobación de leyes, impidió poner en marcha medidas de reactivación económica y supuso la reacción tardía a varios de los problemas presentados por el terremoto y el tsunami de Tōhoku (2011), incluyendo el desastre de la central de Fukushima.
Tras el retorno al poder del PLD de la mano de Shinzo Abe, en los comicios de diciembre de 2012, el PD cayó en barrena. Entre 2016 y 2018 sus principales facciones se separaron, alumbrando tres nuevos partidos. El principal de ellos, el Partido Democrático Constitucional (‘PDC’ o ‘Rikken Minshutō’), está dirigido por Yukio Edano, antiguo Jefe de Gabinete y principal responsable de informar a la población acerca de las medidas de emergencia a adoptar tras el desastre de 2011. Su tesón al frente de los órganos informativos del gobierno le convirtieron en uno de los pocos rostros populares de un gobierno crecientemente denostado.
No obstante, Edano es consciente de que su fama pasada distará de ser suficiente. Su bloque necesitará numerosos apoyos para contar con alguna posibilidad, y es por ello que, el pasado 8 de septiembre, su portavocía anunció la intención del PDC de unir fuerzas con varios grupos de la oposición, incluyendo a los anticapitalistas del ‘Reiwa Shinsengumi’ y a los comunistas. La quimera de crear una plataforma anti-PLD para apartar a los conservadores del poder parece, por el momento, ser poco más que eso. Según los analistas, este movimiento, permitiría al PDC sumar un máximo estimado de unos 230 asientos en la Dieta nacional, muy por debajo de los 308 que tienen actualmente el PLD y sus socios del Kōmeitō.