En el argot geopolítico, el término ‘cisne negro’ se emplea para referirse a un acontecimiento inesperado y (a priori) impredecible que tiene un impacto duradero a gran escala. Por su parte, un ‘rinoceronte gris’ es uno anticipado, de consecuencias demoledoras, pero que sólo se materializa o adquiere una dimensión creíble tras una serie prolongada de advertencias.
A comienzos del pasado año, en un podcast de este mismo medio, afirmé: “No estamos ante el comienzo de una III Guerra Mundial en el teatro asiático. A Pekín le resultaría menos costoso ‘comprar’ Taiwán que invadirlo”. Y, ciertamente, a lo largo de los últimos quince años la estrategia del Partido Comunista Chino (PCC) ha venido siendo esa.
La invasión militar de un territorio sobre el que se ha construido y consolidado un sistema democrático sería tremendamente contraproducente para la República Popular China (PRC). Causaría una reacción internacional sin precedentes y dinamitaría su imagen como ‘potencia pacífica’. Sin embargo, con la invasión de Ucrania por parte de Rusia, la idea de que las autoridades comunistas pudieran aprovechar la distracción internacional para acometer una acción armada parece haberse tornado más plausible. ¿Significa, por tanto, que ha dejado de ser un ‘cisne negro’ para convertirse en un ‘rinoceronte gris’?

Hay motivos para la preocupación. Hasta hace una semana, que una guerra convencional pudiera desatarse en Europa, en forma de un ataque directo a gran escala de un estado soberano a otro, era poco menos que impensable. El grado de amenaza que constituía no se consideraba asumible, ya que pondría fin a todo orden establecido tras el final de la II Guerra Mundial. Peor aún, sentaría precedentes peligrosos, y esto mismo es lo que la comunidad internacional teme hoy.
No hay duda de que Xi Jinping está tomando nota de la reacción de Occidente ante la agresión rusa (bastante tibia y lenta hasta ahora, la verdad), vigilando el impacto que las sanciones van a tener en su vecino y, de paso, aprovechando la situación para obtener de él gas y petróleo a precio de saldo. Ante las consecuencias que se preveían, en vísperas de la invasión, el presidente chino anunció su intención de duplicar sus importaciones de gas y crudo rusos. También está observando la reacción ucraniana.
Y es que no cabe duda de que Moscú (al igual que Pekín) se ha visto sorprendido por la resistencia que las tropas y la sociedad del país han presentado a una operación que se presumía fácil. El hecho de que, ya en el primer día, una brigada aerotransportada asaltara un aeródromo en las afueras de la propia Kiev, da fe de que el Kremlin esperaba un colapso inmediato de su adversario. No ha sido así. Tras cuatro días de campaña, la capital ucraniana resiste, las bajas del invasor han sido elevadas y las carencias de sus fuerzas convencionales han quedado al descubierto.

Igualmente, supone una cuantiosa sangría económica. A Rusia la guerra en Ucrania le viene costando una media de 10.000 millones de dólares diarios desde el pasado jueves 24. Con la desconexión de sus bancos del sistema SWIFT y la expansión de las sanciones, se espera que la cantidad ascienda por encima de los 15.000 a lo largo de la presente semana. Tal gasto debería ser inasumible al cabo de unos días y, con suerte, paralizar la ofensiva.
Las capacidades de Taiwán para hacer frente a un ataque ya fueron abordadas en un post anterior. Siendo un estado dependiente en cuanto a materias primas y carburantes, importa casi todo lo que consume y mantiene en marcha sus industrias. Su situación logística se ve también complicada por el hecho de que la mayoría de suministros le llegan del sudeste asiático y Oriente Medio a través del Mar del Sur de China, una vía de agua que Pekín pretende dominar, y por la que cada año transita más de un tercio del comercio marítimo del globo.
Pocas horas después de que los primeros tanques rusos cruzaran el paso fronterizo de Crimea, las autoridades chinas anunciaban unas maniobras militares en su litoral meridional. Las mismas fueron confirmadas el pasado sábado 27, teniendo una duración programada de un mes. La noticia hizo saltar las alarmas en medio mundo. El propio premier británico, Boris Johnson, se hizo eco de la situación y, en un gesto poco habitual entre líderes occidentales, aludió la amenaza a Taiwán de manera explícita.

Mientras tanto, en la isla, el premier Su Teng-Hsieng se apresuró a condenar la agresión a Ucrania, anunciando la intención de Taiwán de unirse al resto de “países democráticos” en las sanciones a Rusia. El movimiento es más simbólico que otra cosa, pues el volumen de intercambios con este país apenas representó un 1% del total del comercio internacional taiwanés en 2021. Así mismo, el contrato que Taipéi tiene para abastecerse de gas ruso expira en marzo.
Es evidente que el gobierno de Tsai Ing-Wen trata de transmitir una imagen de estado responsable. Su sociedad ve la singular sintonía entre Xi y Putin con preocupación. A diferencia de Rusia, China posee un músculo económico capaz de financiar una campaña bélica prolongada (y es dueña de la deuda pública de medio mundo). Pero, por el contrario, es mucho más dependiente del exterior para dotarse de recursos energéticos y materias primas. Dispone, además, de una ventana de tiempo más breve para lograr su objetivo y tiene 130km de mar de por medio.
Pese a que Pekín no ha apoyado la operación rusa, existe el temor a que el dinero de uno y los recursos del otro puedan aunar esfuerzos para apuntalar los proyectos expansionistas de ambos a medio plazo.

Ya en enero, el ministro de exteriores, Joseph Wu, afirmó que la isla se estaba preparando para la guerra en base a unos informes publicados por el ministerio de defensa a finales de 2021. Los mismos alertan de una posible invasión antes de 2025. A raíz de ello, la presidenta Tsai Ing-Wen anunció el incremento de su presupuesto de defensa en 9.000 millones de dólares a comienzos del presente año. El anuncio fue recibido con sorna en Pekín, cuyo portavoz de exteriores, Wang Wenbin, criticó la acción, afirmando que “los políticos de Taipéi nunca desaprovechan una oportunidad para hacer ruido y recordar al mundo su existencia”. “Taiwán no es Ucrania”, sentenció.
No lo es. Taiwán tiene mayor valor estratégico y económico que el país europeo. Está mejor equipado para repeler un ataque y es más fácil de defender. Las posibilidades de una invasión inminente son pocas, pero desde luego mucho mayores que hace un año.
La crisis de Ucrania ha vuelto a poner de manifiesto las discrepancias entre las naciones occidentales, proclives a hablar mucho y conseguir poco. Ante su declive, y conociendo sus límites estratégicos y diplomáticos, Putin se ha sentido lo suficientemente cómodo para actuar. ¿Podría pasar lo mismo con China?
Las autoridades de la RPC han manifestado que el tiempo está de su lado y que no contemplan un ataque armado en un futuro próximo. Pekín está convencido de que su hegemonía económica y su control de las rutas comerciales acabarán doblegando a Taiwán sin necesidad de efectuar un solo disparo. Además, 2022 es un año clave para Xi. Tras haber logrado la reforma constitucional que elimina el límite de mandatos en la presidencia, el 20º Congreso del PCC tendrá que reafirmar su confianza en él por otro quinquenio el próximo otoño. El panorama aconseja cautela y estabilidad.
No obstante, Putin tampoco tenía la más mínima necesidad de lanzar una ofensiva total contra Ucrania. Tras el ‘éxito’ de su campaña en Crimea (en 2014), asegurar el Donbass era también cuestión de tiempo. Ahora, su ego y su obstinación por convertirse en el Iván IV (‘El Terrible’) de este siglo pueden acabar incinerando sus logros, relegándole a la categoría de paria internacional.
Tanto si sus fuerzas logran su objetivo como si no, de lo que no cabe duda es que el devenir de la empresa de Rusia (y su desenlace final) tendrá una influencia clave en la planificación y toma de decisiones estratégicas de China en el futuro inmediato.
Enhorabuena, no se puede decir más claro.
¡¡ Eres un crack!!
Un abrazo
¡Enhorabuena Ignacio !
Joven con nivel, Formación, experiencia y sensibilidad.
Un abrazo.